miércoles, 17 de octubre de 2007

EL REINO DE LA ILUSIÓN

EL REINO DE LA ILUSIÓN

Cuando se volvió ley el uso
de los espejos y los lentes mágicos.

Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap

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Había una vez un reino, llamado "Reino de la Verdad”. Su lema, que aparecía en el escudo nacional, rezaba: "La Verdad los hará libres". Su norma de conducta era: "Sí, sí; no, no". La Verdad por encima de todo: pan al pan y vino al vino.
Todos tenían derecho a la información objetiva, veraz y oportuna y cualquier tipo de desinformación o verdades a medias era considerado como delito y por lo tanto era castigado con severidad. A cada cosa se le llamaba por su nombre y a nadie se le ocurría dar a una palabra un sentido diferente. Fueron años felices para el Reino de la Verdad, años de bienestar y prosperidad para todos, a la insignia de la verdad y la honestidad.
Hasta que en el Reino de la Verdad empezaron a surgir expertos en el arte de decir y no decir, decir una cosa y pensar en otra, impactar sin fijarse si algo fuera conforme a la verdad o no. Se llamaban "maquilladores, motivadores o ilusionistas". Su especialidad consistía en crear apariencias, hacer sentir bien y convencer. Cuando alguien, por ejemplo, no quería que la gente se diera cuenta de su edad, cuando el pelo se empezaba a poner blanco, llamaba a un maquillador. Este revolvía un poco de polvo en agua y le mojaba el pelo, que cambiaba inmediatamente de color. Había polvos para cualquier tipo de color. Con ese recurso y otros más sofisticados era difícil darse cuenta si alguien tenía cuarenta, cincuenta o sesenta años.
Cuando alguien quería vender un producto de escasa calidad, llamaba a un motivador. Este, a cambio de una recompensa, se la ingeniaba para convencer a la gente de que el producto era de lo mejor. Y uno de los medios que usaba era el testimonio. “Yo antes tenía este problema, usé este producto y todo se arregló como por arte de magia, en un abrir y cerrar de ojos". Testimonios inventados, inflados y hasta testimonios totalmente falsos, que conmovían a la gente hasta hacerle derramar lágrimas.
Así que poco a poco la astucia y la manipulación se volvieron en el motor del éxito en todos los ámbitos de la sociedad: el comercio, el arte, la política y hasta la religión. Lo que se pretendía, era "hacer sentir bien" a la gente, evitando todo lo que la pudiera incomodar, sin importar los medios. Y ganaban los más listos, los que con más facilidad lograban crear ilusiones en la gente, dando respuesta a sus deseos más recónditos, conscientes o inconscientes.
Fue tan grande su influjo en la sociedad, que llegaron hasta lograr cambios importantes en el lenguaje oficial. Por ejemplo, se empezó a decir " trabajadora del sexo" en lugar de "prostituta", "con preferencia sexual diferente" en lugar de "homosexualidad" o "lesbianismo", "interrupción del embarazo" en lugar de "aborto", "con capacidades diferentes" en lugar de "discapacitados".
En lugar de hablar de pobreza, marginación, desigualdad, injusticia y abandono, se hablaba de "vida sencilla, sana y frugal", al estilo de los ancestros, cuando todos eran longevos por no contar con los enredos y las complicaciones de la sociedad moderna. En lugar de hablar de comida chatarra y desnutrición, se hablaba de "rica y sabrosa comida popular, símbolo y orgullo de la nación".
Ya no había ningún interés por la Verdad; la grande preocupación para todos era tener éxito a cómo diera lugar, sin reparar en las consecuencias. Ya no importaba saber si algo fuera bueno o malo, útil o perjudicial para el bien común. Todo daba lo mismo.
Para lograr este objetivo con más facilidad, los profesionales de la ilusión inventaron unos espejos y lentes mágicos, que pronto se volvieron obligatorios para todos. Su virtud consistía en volver todo bonito, agradable y apetecible, lo que, según la opinión general, representaba lo más avanzado en la tecnología moderna.
¿Alguien se ponía débil y flaco, sin ganas de comer ni trabajar? Se miraba en el espejo y se veía fuerte y saludable. Adondequiera que uno llevara la vista, todo era fiesta y alegría. A todos les parecía vivir en el país de las maravillas. Aunque aumentara considerablemente el índice de mortandad, especialmente entre los niños y los ancianos, y se acortara considerablemente el promedio de vida, nadie se quejaba y todo parecía normal, justo y agradable.
Por fin, un día alguien, por curiosidad y sospechando algo raro en todo el asunto, se atrevió a desafiar la orden del rey y se quitó los lentes para mirar la realidad así como es. Y se espantó. Lo mismo hicieron algunos de sus amigos más allegados y tuvieron la misma sensación. Para verse la cara, tiraron los espejos mágicos y volvieron a utilizar los antiguos espejos, que se habían quedado arrumbados, y más aumentó su sorpresa. Se dieron cuenta de que la realidad era un desastre y todo lo que se veía era fruto de ilusión.
Algunos, al tomar conciencia de la triste situación en que se encontraba el reino, cayeron en una profunda depresión; otros, como buenos patriotas, se dieron a la ardua tarea de ayudar a los demás a salir del mundo imaginario en que vivían para ver las cosas así como son, conscientes del grave riesgo que corrían, al ir contracorriente y actuar sin el consentimiento de las autoridades, movidos por el puro amor a los auténticos intereses y valores del reino. Fueron años de lucha incansable, entre peligros de todo tipo, éxitos y fracasos, aplausos y abucheos.
Muchos estaban tan acostumbrados a ver las cosas con el auxilio de los espejos y los lentes mágicos, que se horrorizaban a la sola idea de verlas así como son. Parecían como narcotizados. Su mente estaba embotada, como si vivieran en otra galaxia. Resultó imposible hacerlos aterrizar. Para ellos los espejos y los lentes mágicos se habían vuelto en algo connatural a su condición humana y representaban su máximo orgullo y fuente de seguridad. Sin ellos, era como aventarse de un avión sin paracaídas.
¿Qué hacer ante una actitud tan cerrada y sin ninguna esperanza de cambio? Para no desperdiciar ni un momento de su tiempo tan precioso, optaron por dejarlos en su ignorancia y felicidad ficticia, concentrando su esfuerzo en tratar de convencer a los que más les prestaban atención y estaban dispuestos y deseosos de abrirse a la verdad, rechazando todo tipo de apariencia e ilusión.
Lo más chistoso del caso fue cuando se dieron cuenta de que hasta las mismas autoridades y el mismo rey usaban tranquilamente los espejos y los lentes mágicos, viviendo todos en un mundo irreal, tan irreal que ni se daban cuenta de la enorme insatisfacción que empezaba a manifestarse en largos estratos de la población, mano a mano que iba tomando conciencia de la realidad al desechar el uso de los espejos y los lentes mágicos y ver las cosas así como son, sin ningún tipo de interferencia.
Unos cuantos entre los principales del reino empezaron a tomar conciencia del engaño en que vivía la sociedad, pero no se atrevían a opinar por el miedo a perder sus privilegios, una vez que todos se dieran cuenta de la triste situación en que se encontraba el antiguo Reino de la Verdad y se tratara de poner remedio.
Ante la insensibilidad de las autoridades y la imposibilidad de lograr algún cambio a corto plazo, muchos ciudadanos empezaron a coquetear con los emisarios de los pueblos vecinos, haciendo caso a sus propuestas de abandonar el reino y trasladarse a las regiones cercanas en busca de una vida mejor, aunque se tratara de trabajar como simples peones.
Estando así las cosas, para los patriotas del antiguo Reino de la Verdad la tarea se hizo aún más difícil, al tener que luchar en un doble frente: por un lado tratar de despertar a los paisanos del estado de inconsciencia en que vivían y por el otro hacer todo lo posible para detener el avance de los invasores, que cada día conquistaban a más gente, contando casi siempre con la condescendencia de las mismas autoridades, que no percibían el peligro que su acción representaba para el reino.
Lo que causó un tremendo impacto en el rey y por fin lo hizo reaccionar, despertándolo del estado de profunda somnolencia en que se encontraba, fue el enterarse de que ya la mitad de los habitantes del reino se habían pasado al bando enemigo, donde les entregaban otro tipo de espejos y lentes mágicos, que tenían la virtud de hacerles ver como bueno todo lo de ellos y como malo todo lo del antiguo reino.
"Entonces ¿cuál es la realidad? ¿Dónde está la verdad?", gritó el rey enojado y desesperado, y de inmediato ordenó que todos se quitaran y rompieran los espejos y los lentes mágicos, que los habían idiotizado, y empezaran a ver las cosas así como son.
Al mismo tiempo, al darse cuenta del enorme desastre que habían causado a los intereses del reino los maquilladores, los motivadores y los ilusionistas, ordenó su inmediato destierro y emanó un decreto, en que se declaraban "perdidos y muertos" los años en que se habían usado los espejos y los lentes mágicos, "años nefastos, cuyo recuerdo tiene que ser borrado de los anales del reino, como si nunca hubieran existido", se prohibía cualquier tipo de apariencia e ilusión y se ordenaba el regreso a las antiguas costumbres bajo el imperio de la Verdad y la honestidad.
Este decreto fue el detonador, que hizo desatar en el reino todas las energías reprimidas durante tantos años de inconsciencia colectiva, lo que representó el inicio de una nueva era de progreso y prosperidad para el reino, hasta alcanzar el antiguo esplendor.
Al tener noticia de estos cambios, muchos de los que antes habían abandonado el reino para emigrar hacia otros países, sintieron una profunda nostalgia por su tierra y empezaron a imitar el ejemplo de sus antiguos paisanos, quitándose y destruyendo los nuevos espejos y lentes mágicos, que durante tantos años les habían hecho aborrecer la tierra de sus ancestros y querer la nueva patria.
Y todos volvieron a formar un solo pueblo en la Verdad y la honestidad, desechando todo tipo de apariencia e ilusión. Y el reino volvió a llamarse con toda razón "Reino de la Verdad", en lugar de "Reino de la ilusión", nombre que ya se empezaba a utilizar, teniendo en cuenta el uso generalizado que se había hecho de los espejos y los lentes mágicos.

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