jueves, 18 de octubre de 2007

CARTA ABIERTA A LOS MAESTROS DE SEMINARIO


CARTA ABIERTA
A LOS MAESTROS DE SEMINARIO

FRATERNIDAD MISIONERA «APÓSTOLES DE LA PALABRA»
Renato Leduc 231 * Col. Toriello Guerra Tlalpan
14050 México, D.F.
Tel. (55) 5665.5379 * Fax: (55) 5665 4793
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México, D.F., a 17 de octubre de 2007.

Muy Señores míos:
como se habrán dado cuenta, hace unos meses dirigí una Carta Abierta a los Rectores de Seminario, invitándolos a reflexionar acerca del papel trascendental que juega el Seminario en la vida de la Iglesia, puesto que está destinado a formar a los futuros pastores de almas, teniendo en cuenta los profundos cambios que se están dando en nuestra sociedad y de una manera especial la triste situación en que se encuentran las masas católicas, sumidas en una enorme incertidumbre y en el más grande desamparo ante el acoso constante, capilar y sistemático de los grupos proselitistas.

Les hacía notar la extrema necesidad de aportar cambios urgentes y profundos en todo el sistema formativo del Seminario. Pues bien, tratándose de una tarea tan amplia y compleja, alguien me hizo notar la conveniencia de involucrar directamente a ustedes en este proceso de reestructuración general del sistema formativo en los seminarios, puesto que su papel es determinante en orden a la formación de los futuros pastores de almas.

Por esta razón ahora me dirijo directamente a ustedes, Maestros de Seminario, para compartir algunas inquietudes, que desde hace algún tiempo he ido rumiando a solas. Ojalá que todo esto, aparte de representar para mí un desahogo y un descargo de conciencia, pueda ser el inicio de un diálogo sincero y fructífero entre cuantos abrigamos la esperanza de crear una nueva imagen de Seminario, más acorde a los tiempos actuales, teniendo en cuenta los nuevos retos que hoy en día se presentan a la tarea evangelizadora de la Iglesia.

Además, no nos olvidemos de que la formación que se imparte en los seminarios es paradigmática en orden a todo el sistema formativo que se maneja dentro de la Iglesia, desde la catequesis presacramental hasta la enseñanza que se imparte en los centros de formación para laicos y hermanas de vida consagrada. De ahí la trascendencia del asunto que nos está preocupando en este momento en orden a desencadenar un proceso de reestructuración general en los sistemas formativos dentro de la Iglesia.

PRINCIPIOS GENERALES
Se trata de principios que interesan todo tipo de formación en la Iglesia.
1.- Perspectiva del creyente
Ésta tiene que ser la perspectiva correcta en toda la formación que se imparte dentro de la Iglesia y de una manera especial en la formación de los futuros pastores de almas. En realidad, se trata de formar al creyente, que un día será maestro y guía en la fe. No se trata de formar al filósofo, al teólogo profesional o al experto en asuntos religiosos.

Ahora bien, si ésta tiene que ser la perspectiva correcta, es evidente que es necesario aportar muchos cambios en la manera de enseñar en nuestros seminarios y evaluar los resultados.
2.- Para una vida de fe
Todo lo que se hace en los seminarios, dentro y fuera de los salones de clase, no tienen como objetivo alimentar el bagaje cultural de los alumnos, su curiosidad intelectual o la propia vanagloria, sino el de iluminar, sustentar y alimentar la vida de fe de los seminaristas (Rom 1, 17). Lo demás es secundario, aunque pueda resultar de una cierta utilidad para la propia superación personal y la misión.

3.- La Palabra de Dios:
fuente principal de inspiración
No la moda del momento, el teólogo famoso o la propia opción pastoral, sino la Palabra de Dios tiene que inspirar, orientar y dar el sentido más profundo a la vida de todo discípulo de Cristo y tanto más de un futuro pastor de almas. Al mismo tiempo, la Palabra de Dios tiene que impulsar y permear toda su actividad, a nivel religioso y profano.

Esto siempre, pero hoy de una manera especial, puesto que nos encontramos rodeados de gente, que ha hecho de la Biblia su arma de conquista. Es urgente volver a los orígenes, haciendo de la Biblia la carta magna del ser y quehacer en la Iglesia en su conjunto y en cada creyente.
Que los Maestros de Seminario y los alumnos se acostumbren a llevar siempre la Biblia a las clases de teología, para llenarse de ella, dejarse cuestionar por ella y tomar conciencia de la profunda relación que existe entre lo que se está tratando y la Palabra de Dios.

4.- Teoría y práctica
En todos los aspectos de la vida, no puede haber formación auténtica, si no se conjuga oportunamente la teoría con la práctica. En realidad, no basta "saber" o "conocer" algo; al conocimiento siempre hay que añadir la práctica, es decir, la vivencia de lo que se está aprendiendo. Solamente así el conocimiento surte el efecto deseado.

Por lo tanto, es un grave error decir: "Ahora les enseñamos esto para que mañana lo puedan poner en práctica". No mañana, sino hoy. De otra manera, el aprendizaje se vuelve un puro ejercicio académico, destinado al olvido una vez alcanzado el objetivo deseado, que puede ser el examen con la relativa calificación.

Estando así las cosas, hay mucho que cambiar en todo tipo de formación que se imparte en la Iglesia. Ya no basta "aprenderse" el catecismo para hacer la Primera Comunión o asistir a unas pláticas para poder casarse por la Iglesia o bautizar a los hijos. Hay que complementarlo siempre con una cierta práctica de vida cristiana en la línea de la enseñanza que se está manejando. No basta saber qué es la oración; hay que aprender a orar y así adelante.

Es tiempo de salir del mundo cultural greco - romano, en que se privilegiaba la mente y la razón con relación a la voluntad, el corazón y la acción. Es cierto que "no se ama (y no se hace) lo que no se conoce". Sin embargo, es igualmente cierto que el paso del conocimiento a la acción no es automático. Por lo tanto, como hay que esforzarse por "aprender" algo, igualmente hay que esforzarse por lograr "ponerlo en práctica", comprometiéndose al mismo tiempo a nivel de mente y a nivel de voluntad.

5.- Entrenamiento
Como en todos los demás aspectos de la vida, también en lo que se refiere a la fe se necesita el entrenamiento para que un determinado conocimiento se vuelva operativo. No basta que alguien aprenda las normas de manejo para que pueda manejar; necesita el entrenamiento, es decir, el ejercicio práctico, para que pueda manejar de veras.

Lo mismo en el campo de la fe. No basta "saber" en qué consiste un determinado aspecto de la vida cristiana; se necesita el entrenamiento práctico para que alguien pueda vivir según los conocimientos adquiridos.

Solamente haciendo así, será posible formar al auténtico creyente y futuro pastor de almas. De otra manera nos quedamos en el puro mundo de las ideas y los conceptos, desviándonos del propósito fundamental por el cual el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros y dio la vida para salvarnos: "Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Vida, no puros conceptos o conocimientos abstractos.

CONSECUENCIAS PRÁCTICAS
Estando así las cosas, hay mucho que cambiar en todo el sistema formativo, que se maneja dentro de la Iglesia. Veamos solamente algunos de los aspectos más sobresalientes con relación a la formación que se imparte en los seminarios.

1.- Revisar la doctrina
del "ex opere operato"

Sirvió en otros tiempos para dar seguridad al creyente con relación a la validez de los sacramentos, sin fijarse demasiado en la situación personal de los ministros, si eran o no dignos del papel que estaban desempeñando.

De ahí se pasó a sobrevaluar el sentido de la validez de los sacramentos de por sí, en detrimento de su eficacia, que tiene mucho que ver con las disposiciones de los ministros y todos los que están implicados en la celebración de los mismos.

Ahora bien, es tiempo de poner cada cosa en su lugar, dejando a un lado la praxis de celebrar sacramentos al por mayor, sin fijarnos en su eficacia y por lo tanto desperdiciando tiempo y energías, que hubieran podido ser mejor aprovechados haciendo las cosas de manera diferente o dedicándose a otros asuntos.

2.- Reestructurar el método de enseñanza:
doctrina, praxis y perspectivas

Para que las masas católicas salgan del actual bache espiritual en que se encuentran, se necesita que los pastores de la Iglesia, no solamente conozcan los contenidos de la fe y los vivan, sino que estén capacitados para transmitirlos de manera tal que los feligreses los puedan asimilar correctamente y vivir. A ejemplo del médico o el sicólogo, que no están para transmitir conocimientos abstractos acerca de la salud, sino para ayudar a la gente a vivir de una manera sana y satisfactoria.

Ahora bien, ¿cómo lograr esto? Sin duda, el sistema actual de enseñanza, que por lo general se está manejando en la Iglesia, no sirve. En realidad, los maestros se limitan a transmitir los conocimientos teóricos y a cerciorarse si los alumnos los están asimilando adecuadamente, sin preocuparse acerca de su eficacia práctica en orden a su vida personal y su misión como futuros pastores de almas.

¿Qué hacer, entonces? Es necesario cambiar el enfoque. ¿Cómo? Que en todas las áreas de la enseñanza (sacramentos, moral, dogma, devociones populares, objeciones de los grupos proselitistas, etc.), se proceda de la siguiente manera:

- Transmitir la doctrina y averiguar si es asimilada en forma correcta por los alumnos;
- analizar la praxis, es decir, la manera de percibir y vivir dicha doctrina de parte de las distintas categorías de destinatarios, mediante investigaciones de campo, realizadas por los mismos alumnos y supervisadas por los maestros;
- hacer ensayos hasta no encontrar el método más idóneo para que los destinatarios puedan asimilar y vivir plenamente la doctrina que se les está transmitiendo. Evidentemente, en todo este proceso, los primeros en aprovechar los conocimientos, tienen que ser los mismos alumnos.
Tomemos el ejemplo de la doctrina católica acerca de las imágenes. No basta presentarla así como es, teniendo en cuenta las Escrituras, los Concilios y el Catecismo de la Iglesia Católica. Es necesario realizar un trabajo de campo para descubrir cuál es el papel que las imágenes juegan en la vida de nuestra gente. Aclarado esto, hay que ver cómo lograr que las masas católicas lleguen a tomar conciencia del sentido auténtico de las imágenes dentro de la Iglesia, desechando todo sentido mágico o confusión al respecto.

Esto es transmitir la fe, que no tiene nada que ver con la repetición de fórmulas aprendidas de memoria o conocimientos abstractos. ¿Y los riesgos de enseñar la verdad así como es, especialmente cuando la praxis está fuertemente distorsionada por comodidad o intereses creados? Aquí se ve el papel del profetismo al interior de la comunidad cristiana, puesto que nunca faltan aspectos que revisar o corregir dentro de la Iglesia a los distintos niveles.

Lo mismo por lo que se refiere al bautismo de los niños, el matrimonio eclesiástico, la celebración eucarística según determinadas intenciones y tantos asuntos más. Una cosa es la doctrina oficial, que en la práctica conocen y entienden solamente los expertos, y otra cosa es la manera de ver las cosas de parte de las masas católicas. ¿Qué hacer, entonces? ¿Seguir dejándolas en la así llamada "Piedad Popular" o hacer algo para cambiar la situación, ayudándolas a dar un paso en adelante?

Me pregunto: ¿Hasta cuándo seguiremos así? ¿Por qué no tratamos de mover las aguas estancadas, haciendo ensayos concretos para llegar a un catolicismo más auténtico a nivel de masa? Siguiendo con la praxis actual, ¿no corremos el riesgo de dar las perlas a los cochinos y algún día quedarnos con las manos vacías, al vernos abandonados por los católicos más sensibles a los valores espirituales?

¿Hasta cuándo las masas católicas lograrán resistir al embate de los grupos proselitistas, que se están aprovechando de todo para hacer resaltar los vacíos o las distorsiones que estamos dejando en su formación religiosa? ¿O preferimos quedarnos con los brazos cruzados, hasta no verlas totalmente fagocitadas por los lobos rapaces? Por otro lado, si ellos las pueden conquistar, ¿por qué no vamos a poder conquistarlas nosotros, ayudándolas a dar pasos concretos hasta llegar a la plenitud en Cristo y su Iglesia?

ACLARAR
LAS CREENCIAS POPULARES

Es una asignatura pendiente en los programas formativos del católico a todos los niveles, empezando por la formación que se imparte en los seminarios. Me pregunto: ¿Por qué no se trata este tema? ¿Será por descuido, miedo o inseguridad doctrinal? ¿Acaso las autoridades competentes no se dan cuenta del enorme vacío y sentido de incertidumbre, que esta falta de aclaración está dejando en el interior del futuro pastor de almas?

En realidad, el fondo cultural del pueblo latinoamericano es esencialmente indígena. Sus creencias más profundas tienen mucho que ver con aquel mundo. Ahora bien, hay que ver lo que es un simple hecho cultural, para aprovecharlo en la evangelización, y lo que se opone a la fe católica, para corregirlo, aunque esto pueda molestar a los seguidores de la Teología India. De otra manera, nunca se podrá lograr la unidad interior en la mente y el corazón de todo creyente y de una manera especial del futuro pastor de almas, condición indispensable para que pueda vivir serenamente su vida de fe y aspirar a la santidad.

CÓMO ENFRENTAR
LOS PROBLEMAS PASTORALES

Por el tipo de formación que actualmente se imparte en los seminarios, los clérigos nos volvemos muy hábiles en el campo especulativo y torpes en enfrentar las situaciones concretas en el campo de la evangelización. Parecemos más filósofos o teólogos que catequistas o pastores de almas.

En el mundo de las ideas nos movemos con bastante soltura, mientras encontramos mucha dificultad a movernos en el mundo de los hechos, mucho más complejo que el mundo de las ideas y los conceptos.

Es que no contamos con la herramienta necesaria y el relativo entrenamiento para cimentarnos con la realidad en general y en particular con la realidad pastoral. De ahí nuestra manía de querer resolverlo todo mediante documentos y, al no lograrlo, la tentación de refugiarnos en el culto, cargado de ritualismo, o de echarle la culpa a los demás, inventando cualquier pretexto: los nuevos tiempos, el indiferentismo religioso, la falta de compromiso de parte de los laicos, la falta de recursos, etc. Es que nuestro bagaje cultural no nos ayuda a enfrentar situaciones concretas, sino problemas de orden puramente conceptual, como si la tarea evangelizadora de la Iglesia fuera un asunto de puros conceptos o exhortaciones.

En realidad, la preparación que se nos impartió en los seminarios por lo general representó un proceso de transculturación, sacándonos de nuestro mundo real y catapultándonos al mundo imaginario de los siglos pasados, dominados por la lógica y el pensamiento. De ahí nuestra incapacidad para transmitir de una manera adecuada los contenidos de la fe a los feligreses en general y hasta los mismos familiares y amigos, resignándonos a dejarlos en la dichosa "Piedad Popular"; al mismo tiempo, la incapacidad a enfrentar situaciones concretas, buscando soluciones precisas.

Ahora bien, si queremos dar un paso significativo en la tarea evangelizadora de la Iglesia, necesitamos dejar a un lado el estilo áulico y filosófico- teológico, que permea el mundo cultural eclesiástico, hecho de palabras y conceptos altisonantes, tópicos y generalidades, y aterrizar en el mundo real, aprendiendo a enfrentar y solucionar los problemas pastorales concretos, como son la vivencia y preservación de la fe y su transmisión a las nuevas generaciones, teniendo en cuenta el fenómeno del proselitismo religioso, la escasez de ministros ordenados, etc.

APRENDIZAJE Y UTILIZACIÓN
DEL LENGUAJE CULTURAL ACTUAL

Para lograr esto, necesitamos revisar todo el itinerario formativo de los seminaristas con sus contenidos, no circunscribiendo su formación al ámbito estrictamente filosófico y teológico al estilo medieval, sino abriéndonos al rico mosaico cultural actual, cambiante y menos preciso, pero al mismo tiempo más sugerente, atractivo y comprensible.

1.- Programas diferentes
Que se definan con claridad los programas de estudio para los futuros pastores de almas y los programas para los que se vayan a especializar en filosofía o teología, dejando a un lado la manía de querer proporcionar a todos los alumnos títulos académicos reconocidos por los gobiernos, al terminar el curriculum normal de los estudios filosóficos y teológicos. En este caso, que se trate de una licenciatura en Ciencias Religiosas, más que en filosofía o teología, con el riesgo de abaratar las cosas o concentrarse demasiado en aspectos marginales, que tienen poco que ver con la formación de un verdadero creyente y futuro pastor de almas.

Los que quieran especializarse en filosofía o teología, que primero cursen los programas normales para una auténtica vida cristiana y un ejercicio correcto del ministerio, y después que se dediquen a su especialidad. Que todo se haga a su tiempo, sin querer quemar etapas. Primero creyente y pastor de almas; después, para los que tengan capacidad y ganas, la especialización, que puede ser en filosofía, teología o cualquier otra materia.

De todos modos, tiene que ser diferente la misma manera de presentar los contenidos: cuando se trata de preparar a los que se van a especializar en algo, se tiene que presentar los contenidos en una perspectiva más científica, con todos los relativos tecnicismos; cuando, al contrario, se trata de preparar al creyente y futuro pastor de almas, hay que insistir en los aspectos más prácticos, que miren directamente a la vida cristiana, dejando a un lado todo lo que, en lugar de ayudar, puede confundir a los alumnos o llevarlos hacia un peligroso relativismo doctrinal y moral.

Esta manera de actuar, entre otras ventajas, tendría la de despejar el camino hacia el ministerio ordenado para gente, muy identificada con los valores de la fe, pero al mismo tiempo poco apta para la especulación.

2.- Lenguaje accesible a los destinatarios
Teniendo en cuenta lo anterior y contando con más tiempo a disposición, habría que reestructurar los programas formativos, complementándolos con lo que es propio de la cultura actual: sicología, sociología, ciencia de la comunicación, literatura, arte, oratoria, etc. Además, habría que entrenar a los alumnos a expresar los contenidos de la fe según las categorías de la cultura actual, más accesible a los destinatarios.

En realidad, en esto consiste el lenguaje cultural, no en transmitir una misa por radio o televisión, o por contar con un periódico católico, sino en transmitir el mensaje, manejando adecuadamente el lenguaje propio de cada medio y tratando de ser lo más posible eficaces en cuestionar, impactar, sugerir y crear una mentalidad o conciencia según los valores del Evangelio.

Aquí está precisamente nuestro fracaso pastoral, en querer transmitir los contenidos de la fe mediante el catecismo, los tratados teológicos o los demás documentos de la Iglesia, manejando un lenguaje poco entendible para la gente de hoy y basándonos siempre en la razón, categoría que por lo general actualmente no goza de mucha simpatía.

Me pregunto: ¿Qué tal si empezamos a manejar el lenguaje cultural actual del cine, la televisión, el teatro, el periodismo, la novela, el cuento, la poesía, etc.? La competencia y nuestros adversarios de turno lo están haciendo, con un éxito que está a la vista de todos. ¿Por qué no intentar hacer lo mismo también nosotros, empezando desde la formación que se imparte en los seminarios? ¿Por qué no pensar en acondicionar en cada seminario un estudio de grabación, bien equipado, donde los alumnos puedan entrenarse a transmitir la enseñanza en el lenguaje propio de la radio, la televisión y el cine?

INVESTIGACIONES
Es otro aspecto en que nos encontramos en pañales, como institución. Todo se decide por acuerdo o decreto, sin ningún soporte científico, basado sobre datos concretos, oportunamente analizados. Normalmente, si queremos alguna información acerca de un determinado aspecto del factor religioso en la sociedad, tenemos que acudir a las investigaciones realizadas por alguna universidad o institución privada o gubernamental.

¿Y nuestras instituciones? Brillan por su ausencia. Nada concreto acerca de cómo el factor religioso es visto y vivido dentro y fuera de la Iglesia. Lo que tiene son un montón de documentos, en que se habla de apertura, respeto, diálogo, indiferentismo religioso, falta de fe, etc. Palabras, conceptos, quejas y exhortaciones. Nada de investigación seria, nada de datos concretos, nada de análisis, nada de experimentación. Todo a la buena de Dios, presentando por lo general una realidad religiosa maquillada, según los gustos, los humores del momento o los deseos de los interesados.

¿Y así pensamos poder salir del actual bache pastoral en que nos encontramos, tratando de responder a los nuevos retos que mano a mano se nos van presentando y así frenar el éxodo de nuestros feligreses hacia otras opciones religiosas? ¿Así podemos hablar seriamente de la Nueva Evangelización? Que quede bien claro: ninguna institución puede tener éxito, sin el soporte de una buena investigación, un atento análisis y una oportuna experimentación.

Ahora bien, ¿cuál sería mi sugerencia al respecto? Que cada seminario, instituto teológico o universidad católica pueda contar con gente experta en la investigación, encargada de constituir un banco de datos, útiles para enfrentar seriamente el problema de la evangelización en los distintos sectores o regiones. Evidentemente los alumnos podrían aprovecharlo para sus tareas y al mismo tiempo alimentarlo mediante sus aportaciones.

¿Y LA JERARQUÍA?
Aquí está el punto débil de todo el sistema eclesiástico: un concepto mágico acerca del papel de la jerarquía en la Iglesia, como si hubiera una línea directa entre el Espíritu Santo y cada miembro de la jerarquía.

Hay que distinguir claramente entre la obediencia que se le debe y el monopolio de la verdad. Pues bien, nadie tiene el monopolio de la verdad, especialmente cuando se trata de asuntos de tipo pastoral. Nadie tiene el monopolio de la intuición, la creatividad o el profetismo.

¿Y si con eso molesto a ciertas personas "influyentes"? ¿Y si me equivoco? ¿Y si me censuran o paran en seco? ¿Y si me quitan el cargo? ¿Y la carrera? Conclusión: mejor me quedo callado para evitar problemas. Según mi opinión, aquí está el verdadero problema: falta de humildad ante el posible fracaso o temor a despertar envidias, con las relativas consecuencias del chantaje o la represalia, corriendo el riesgo de esconder los talentos recibidos; deseo de poder, pereza mental, flojera y comodidad.

Ni modo: ésta es nuestra realidad humana. Por otro lado, no hay otra salida. En todo hay que saber arriesgar. Por lo menos, hasta la fecha ésta ha sido mi experiencia personal al respecto y puedo afirmar con toda seguridad que, en resumidas cuentas, por lo general me ha ido bien, aunque a veces no han faltado momentos de incertidumbre, duda o tensión a causa de posibles represalias de parte de los afectados.

CONCLUSIÓN
Aquí están algunas inquietudes acerca de ciertos cambios que, según mi opinión, sería urgente aportar en la formación de los futuros pastores de almas. Ojalá que en algo puedan ayudar para una reflexión serena y objetiva acerca de este asunto, que sin duda merece la máxima atención y el máximo cuidado de parte de toda la comunidad eclesial y de una manera especial de parte de cuantos estamos llamados a colaborar directamente en la formación de los futuros pastores de almas.

Que el Señor nos bendiga a todos y nos conceda sabiduría y fortaleza para enfrentar con sentido de compromiso y espíritu de apertura los nuevos retos que se presentan a nuestra misión como formadores de las nuevas generaciones, que se aprestan a darnos el relevo en el pastoreo de nuestras comunidades.

Unidos siempre en la oración y en la búsqueda de los verdaderos intereses del Reino de Dios.

ATENTAMENTE.
Su devmo. en Cristo,


P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

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