miércoles, 17 de octubre de 2007

El proselitismo religioso en mi pueblo


El proselitismo religioso en mi pueblo

Lo que pasó en mi pueblo, pasó también en muchos pueblos más y también puede pasar en tu pueblo. ¿Qué esperas para moverte y hacer algo para que esto no suceda?

Por Marciano Agustín Sánchez.



Todos unidos en la fe católica
En mi pueblo, cuentan los abuelos, hace muchos años que toda la gente era muy católica, todas las familias estaban unidas y se ayudaban en todas las necesidades y trabajos que tenían: faenas para la capilla, para la limpia de caminos, fiestas patronales y tantas cosas más.
Todos iban a la capilla o iglesia y hasta de pueblos muy distantes, caminaban horas y horas. ¡Era muy hermoso asistir a la Santa Misa, al Santo Rosario y a toda clase de actividades que se hacían en la capilla! No había división de ninguna clase. No había ningún protestante o hermano separado. Todos eran católicos.

Llega la división
Pero un día, llegaron a nuestra comunidad un grupo de personas extrañas al pueblo. Traían trajes, corbatas, lentes y con la sonrisa en la boca. Llegaron en dos camionetas repletas de personas y empezaron a bajar y a organizarse en grupos para visitar todas las casas del pueblo. Se veían seguros en sus propósitos y convencidos de que iban a tener éxito. El pueblo no sabía lo que le esperaba.

Decía el mandamás: -Ustedes se van por esta manzana y ustedes por esa otra-. Y así fue ordenando. -Y nosotros dos visitaremos el centro.

Así, de dos en dos, se fueron regando; no dejaron ninguna casa, a todas las visitaron sin distinción; en el término de tres horas ya habían concluido su labor; se veían contentos, pues habían logrado la simpatía de muchas personas de mi pueblo.

Les habían hablado muy bonito, de cosas que nunca habían oído y además los trataban con mucho cariño y amabilidad y les regalaban cosas (ropa, juguetes, útiles para la escuela, etc.) Y luego regresaron a los pueblos de donde habían ido.

Muchos de mi pueblo se dejaron convencer y se unieron a ellos; dejaron de colaborar con el pueblo, y ni se preocuparon e interesaron por el bien de la comunidad, pues, decían, esas eran cosas del mundo y ellos creían en Dios y en Jesús, por lo tanto ya no se consideraban miembros de mi pueblo.

Desinterés
Entonces el catequista organizó una reunión con carácter de urgente. Llamó a todo el pueblo de manera que no faltara ninguno. En esa ocasión, faltó el 20 % del pueblo. Y al ver que faltó un buen número dijo a los que estaban presentes:

-Estimados hermanos: Como ustedes ven, esta gente que ha venido a nuestro pueblo, ya nos está comiendo el mandado; nos está dividiendo. Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos indiferentes ante lo que estamos viendo con nuestros propios ojos.

Pero la mayor parte de los jefes del pueblo le respondieron: -Tú estás alarmando al pueblo antes de tiempo. Además, si la gente del pueblo ya no quiere venir a nosotros y quiere unirse a esa gente, pues que lo haga. Déjalos que se vayan, están en su derecho; no se lo vamos a impedir. Además, todos buscamos al mismo Dios, no hay ningún problema. Ellos tienen todo el derecho a enseñar.

Entonces el catequista les contestó: -Así que, según ustedes, esa gente tiene más derecho que nosotros a enseñar a nuestro pueblo. ¡Qué bonito! No sólo tenemos derecho: ¡es nuestra obligación! ¡Ay de nosotros si no hacemos algo por advertir al pueblo acerca del peligro que corre! Tenemos que hablar claramente sobre los daños que puede causar esta gente e instruir al pueblo de una forma adecuada, para que no lo engañen. ¿No ven que poco a poco van a lograr que la gente les haga caso, y se vaya con ellos, así como pasó con nuestros hermanos que no vinieron a esta reunión?

Entonces los jefes del pueblo dejaron al catequista con la palabra en la boca y se fueron a sus asuntos particulares. No les interesaba la situación que estaba pasando el pueblo.

Pasó el tiempo y al cabo de tres mases volvieron las personas extrañas al pueblo, pues había personas del pueblo que les estaba esperando. Y empezaron su tarea: visiteo casa por casa, sin dejar ninguna familia, hasta llegaron a la casa de los jefes del pueblo y se fueron muy contentos.

Pero el catequista estaba alerta. En esa ocasión, volvió a reunir al pueblo y vio con tristeza que faltaron algunos jefes del pueblo. Era evidente que ya estaba viéndose el trabajo de esa gente que estaba visitando el pueblo. Fíjense que hasta algunos jefes del pueblo ya se habían dejado engañar.

Entonces el catequista tomó la palabra y dijo: -Como ustedes se dan cuenta, ahora faltan algunos jefes del pueblo. Esa gente que viene se está llevando a nuestros hermanos en nuestras propias narices. ¿Qué más queremos para damos cuenta que se trata de una guerra declarada?

En esa ocasión algunos jefes del pueblo le hicieron caso y le dieron la razón y otros se dejaron guiar por el orgullo y despreciando al catequista se fueron, no les interesaba el bien del pueblo, sino su tranquilidad. No querían preocupaciones de ninguna clase.

Casa por casa
Entonces el catequista dijo a los jefes del pueblo que se quedaron: «Estimados hermanos, no deben decepcionarse por esta forma de actuar de parte de nuestros hermanos. Esperamos que el tiempo nos dé la razón. Nosotros, mientras tanto, debemos actuar y hacer lo que esté de nuestra parte.

Primero hay que organizarse e instruir al pueblo, segundo. Vamos a tomar el método que emplearon los que vinieron a dividir a nuestro pueblo. Tenemos que visitar a todas las familias, casa por casa y manzana por manzana, sin dejar ninguna. Dialogaremos con las personas del pueblo en sus casas. Ya que no quieren venir con nosotros, nosotros iremos a ellos, como dice el refrán: «Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña.» Por eso iremos y les expondremos las grandes riquezas espirituales que poseemos y que nos legó el Dios todopoderoso en su Hijo Jesucristo y en la Iglesia fundada por Él, la Iglesia católica.»

Regreso
Y empezó la gran aventura: Evangelizar a las personas en sus propias casas, familia por familia, Y así, poco a poco, muchos de los que se habían alejado del pueblo y de la Iglesia empezaron a regresar. Otros se dieron cuenta del gran error en que habían caído pero les daba vergüenza regresar al pueblo. Otros ya estaban dañados y no quisieron regresar por odio al pueblo. Uno que otro de los jefes del pueblo que se habían ido, regresaron y son muy felices. Algunos, por interés o por vergüenza, no han regresado.

Cuando los jefes del pueblo vieron que el trabajo del catequista daba resultados evidentes, lo pusieron al frente de todos los catequistas y maestros en religión y en la defensa de la fe del pueblo de Dios.

El catequista, viendo el éxito de la labor, fue organizando por todos los pueblo a personas y a catequistas para que estuvieran capacitados en la problemática que estaban viviendo en todos los pueblos y comunidades, para así ayudarlas adecuadamente y darles a conocer su propia identidad, de manera que nadie los engañara tan fácilmente, ni los hiciera dudar de su fe, sino que estuvieran firmes en sus propias convicciones.

Fortalecer la fe
Así, aunque había muchos que andaban engañando al pueblo y de las más variadas creencias, el catequista y sus colaboradores lograron parar el avance de los grupos proselitistas y estabilizar a los que estaban dudando y fortalecer a los demás miembros del pueblo de Dios. A los que estaban pensando abandonar al pueblo, lograron que permanecieran en él firmes y seguros, de manera que ya nadie los hiciera dudar de lo que tenían.

La misión de los que se prepararon para orientar al pueblo de Dios y visitar a las familias de mi pueblo ha tenido mucho éxito y la fe se fortalece.

Hay muchos que se salieron del pueblo que ya están regresando a la Iglesia y se sienten felices de estar otra vez en casa. Se nota a leguas el trabajo del catequista y él, a su vez, se alegra juntamente con los que regresan y ve que sus sudores no han sido en vano.

Eso me alegra, pues mi pueblo ya está preparado y no fácilmente se deja engañar. Ahora muchos conocen la Palabra de Dios y la respuesta a los cuestionamientos de los grupos proselitistas.

Ahora buscan las cosas de Dios en la Iglesia católica y no en grupos humanos que no vienen de Cristo. Ahora escuchan con atención las orientaciones de los catequistas, apoyan en todas las labores y faenas de la comunidad, sabiendo que es a Cristo al que están sirviendo al servir a los hermanos necesitados.

¡Que Dios bendiga y acompañe al catequista que ayudó a mi pueblo a salir de la situación tan dura en que había caído!

1 comentario:

angel romero dijo...

hola, deseo saber si venden el libro la iglesia catolica y las sectas,su precio y la cuenta para depositar el dinero...

o alguna direccion electroniica para poder comprarlos..

espero su respuesta.